miércoles, mayo 16

Virtud y Vicio

En la filosofía parece haber cuestionamientos perennes como la dualidad (cuerpo/alma y muchas otras)...que nos remiten a la típica pregunta de si efectivamente existe una naturaleza humana, algo que nos defina a todos, algo en la base de nuestra configuración que nos guíe o al menos nos remuerda. El hábito no hace monje alguno sino más bien construye virtudes o vicios...pero la a-dicción no es un vicio. A-dicción = fuera-de-lo-dicho. La desconocida y estrambótica parte de nosotros que no accede a una explicación verbal está evidenciada en la existencia de las adicciones..y el a-dicto, es un no-diciente-del-padre y un nunca-disiente-del-padre que, en rigor, ha perdido su condición de persona. Así no más. Si no pertenece al mundo de la ley y la palabra, no está. Por eso parece que mintiera, pero ni siquiera es eso: "mitera". Constantemente procura, ineficazmente por su escasa pulcritud, tomar los escasos datos reales que traspasan su ceguera para organizarlos en un todo pegado con moco, y en el acto de venderlo, sólo se lo vende él mismo. No hay recaída en tanto iteración: está caído, caído del verbo. Pobre.

sábado, febrero 25

Las palabras, las cosas, el tiempo, el espacio...

"El lenguaje si algo quiere es la repetición,
en su fallido intento por aprender lo real;
visto así,
el lenguaje es un fracaso,
no puede decir lo real,
no porque lo real sea inapresable sino porque lo real está mudo
...los hombres...hablan en el silencio permanente"
(Miguel Reyes, ponencia 1996)


Si, si, ya todos saben que la taxinomia viene de Linneo,
que Borges con sus seres imaginarios le dejó a nuestro amigo Foucault en la cabeza un revoltijo de malestar y risa que lo instó a ver cómo cresta definir la relación entre las palabras y las cosas...
que llegó el momento de perseguir el hábitat simbólico,
ese que nos mantiene funcionando dormidos en la matrix sin siquiera preguntarnos por la verdad,
sólo porque a otro hueso con el perro de la filosofía griega,
o meramente por la longeva gracia del escamoteo,
personal, social, cultural
que nos permite descartar las preguntas por añejas, no porque se parearon con sus respuestas...
a otra cosa mariposa y pasamos a entetenernos/pajearnos con preguntarnos cómo se sujeta el - valga la rebuznancia - sujeto,
a los objetos, de deseo;
a las palabras, maullidos cuya estrategia es la ilusión de moneda común;
al tiempo, arbitrario, vivencial e impreciso;
al espacio...de suyo utópico.

Códigos ordenadores.
Códigos de orden alucinado, subjetivo o colectivo dependiendo del caso, más y menos angustiantes, respectivamente.

Puntuaré por secuencia de hechos, que no tiene nada que ver con el tiempo que es tan tramposo.

Primero: Se nace antes de nacer.
Hay algo que a uno lo "nomencla" - lo nomina y lo ancla - incluso antes del nombre: el qué significa uno para los progenitores.
No deseado?
Sorpresa?
Esperado por años?
Repositorio de frustraciones?
Validación?
Signo de adultez?
Estrategia para asegurar el futuro?
Tesoro?

Cuidado que el tesoro y el esperado por años no son necesariamente un buen lugar donde ser anclado, son sumamente reificantes. El primero, porque se pasa a ser una propiedad, tres kilos de carne valorada por los progenitores como el filete de la propia carne, la parte más rica y blanda...de un otro que no lo materializa como individuo sino como apéndice del propio narcisismo. El segundo, porque el símbolo "hijo" ha sufrido un progresivo distanciamiento de la realidad del vástago, ya sea porque se han creado sucesivas cargas de esperanza en hijos que nunca se materializan, ya sea porque varios embarazos no prosperan y, para dejar de perder una parte de sí, los progenitores se desapegan en defensa propia.

Seguido, esto no tiene estabilidad alguna.
Por ejemplo, la madre feliz es abandonada y resignifica todo, o el niño condesciende a la abuela y ella extiende su narcisismo hacia él de modo maligno, dejando al sujetín parado justo AHÍ: con una identidad que sólo es un disfraz y que eternamente deberá confirmarse en la imagen devuelta por el otro, ojalá de modo violento porque los abuelos sí saben disciplinar..."con la mamá se porta pésimo", "déjamelo a mí que a tí no te hace caso" y un conocido etc. Cambio de país, adopción, enfermedad de la madre, la variopinta fragilidad del acontecer marcarán este deambular por diferentes "topias" hasta que alguna, más convincente o más semejante a nuestro mito personal, se fije.

El mito personal es "parole, parole parole" (8) y su pega es confirmarse en la ilusión de la realidad, forzando primeramente la idea de que ésta posee una existencia más allá de nuestra muñeca y, redundando en la más increíble de las cegueras, nos hace DECIRNOS en una especie de trabajo de tiempo completo, de camas calientes...el YO en un monólogo eterno, se describe continuamente, pero con la particular condición de no tener retorno: NO SE OYE (a sí mismo) UN CARAJO. Ergo: la palabra es vacía, sólo ruido y no sustancia, pero siempre habla desde un lugar y eso, significa que todo lo que sale de la propia boca, sea pelambre, crítica, una opinión detractora o genuinamente escandalizada, siempre proviene del propio agujero, como una exégesis del "dime de qué te jactas y te diré qué adoleces".

Vuelvo a la secuencia: el primer objeto es aquel mediante el cual recibimos alimento.
La boca nos permite asirnos a la "realidad" como la ventosa de la sanguijuela y en esa misma precaria urgencia está el problema perenne: no logramos distinguir el objeto de su función, nunca, asunto que se hace evidente en la cargada relación con las cosas: el control remoto, la tablet o el auto como prótesis fálica, el cachureo conservado en un limbo de "algún día me va a servir" o el ritual de la salida de la casa como una segurización de que todo está en su lugar, sobre todo uno mismo.

La forma en que nos relacionamos con la satisfacción y la seguridad mediante los objetos-persona, los objeto-función o los transicionales, fijan a su vez cómo vamos a lidiar con el otro.

Y el otro es siempre un objeto.
No es comprensible más que a través de un engañoso ejercicio especular que llamamos empatía y que no es ponerse los zapatos del otro, es ponerle los zapatos propios al otro: prueba de ello es que cada consejo, por más bienintencionado que sea, le sirve más a quien lo emite que al que lo escucha: no es su horma, no es su talla, no le combina.
Se percibe entonces la idea de partida: el objeto, sea la realidad toda o el otro mismo, no es cognoscible, es sólo palabreable e imaginable y de hecho le hablamos y le imaginamos hablando de tal modo que podemos llegar varias veces a la semana a decirle "métete por la raja la guitarra" y el pobre otro se ha perdido un capítulo entero de "diálogo".
Si esto fuera una canción, el coro diría: escúchate, no estás hablando DESDE tí, estás hablando DE tí...todo el rato.

"...vio finalmente a través de las ramas floridas una forma negra. Estaba sentado, erecto como un perro, y era negro, liso y brillante; sus hombros llegaban a la altura de la cabeza de Ransom; las patas delanteras sobre las que estaba apoyado eran como árboles jóvenes, y las pezuñas que descansaban en el suelo eran anchas como las de un camello. El enorme vientre redondo era blanco, y por encima de sus hombros se elevaba, muy alto, un cuello como de caballo." (Borges).

Esta imagen, del animal imaginado por C.S. Lewis, es muy similar a la que nos logramos armar de la otredad.
La más típica y la más vaga descripción: "mira, es buena persona, tiene sus cosas buenas y malas, como todo el mundo" es la base del objeto que se llama "otro". Y de ahí en más, adornos que provienen de los propios zapatos, de lo incompleto de la imagen, de lo bicho raro que nos parece.

Lo curioso es que uno también es un otro de uno mismo.
Por lo tanto uno también es un objeto: un parlante, para ser más precisa, un parlante sin retorno...desde la psicología, ese retorno sólo se puede adquirir en terapia.

Por eso resulta sencillo comprender por qué el hombre, históricamente en las taxinomias, aparece primero por su enfermedad...que se define al mismo tiempo como desorden y salvación.
En términos de la subjetivación, cuando escuchamos "mira, yo soy el único hueón que conozco que se ha quebrado cuatro veces el mismo tobillo", o se describe una enfermedad que "le da a una entre dos millones de personas y me tenía que dar a mí" estamos frente a un amor al síntoma que opera como reemplazo del amor al propio sujeto, sencillamente porque no se puede amar lo que no se conoce.

Pasa el tiempo.
Pero no pasa.
No somos en absoluto conscientes de su imaginario paso, de hecho, ese objeto que somos nosotro mismos, en nuestra propiocepción ¡¡¡no varía!!! "mes siento igual" por lo bajo, o la gorda que se queda a vivir en el espejo de la anoréxica, o la flaca eterna que no entiende por qué el pantalón no le "cruza".
La arqueología personal no tiene capas geológicas: podemos tener en nuestro dormitorio la antigua foto de los bisabuelos y el vaso vacío de agua que tomamos anoche, no existe el tiempo en la configuración de nuestro hábitat concreto y por eso necesitamos botar cosas, sacar la basura, ordenar, pintar, como una mediatización de la necesidad de crecer-en-el-tiempo y en el que diseñamos como nuestro espacio.

Y todo este pajeo no ha considerado nuestras dos más importantes pilares: los afectos y los valores.

De los afectos el maldito psicoanálisis dice que es una expresión de la "constancia del objeto" y eso podría explicar dos cosillas: que se tenga la sensación de amar siempre al mismo o la misma, o de cagarla siempre de la misma manera...nada de eso es mentira, uno ubica al otro en el lugar de su objeto-de-amor y le cuelga las características que "siempre" ha tenido éste, teñido por la percepción y decepción que nos generaron los progenitores, ya sea que nos cagaran o que dejaran de hacerlo.
Se desea al otro, se encantan uno y otro, se miran "recursivizando" la catexia.
Es como si cada uno de nosotros tuviera una olla de oro como la de los gnomos, y le fuera poniendo a la gente con que se topa, hojuelitas de oro como las del príncipe feliz: lo inviste de valor y lo empelota cuando quiere, enrabiándose, demonizándolo, destacándole todas las "yayas"...paréntesis: me encanta que los defectos y las heridas tengan sinonimia en infantilandés...

Muchos hombres, por la experiencia de vivir con mujeres incomprensibles, tienen la imagen-imaginaria del bestiario...

Arpías

Para la Teogonía de Hesíodo, las Arpías son divinidades aladas, y de larga y suelta cabellera, más veloces que los pájaros y los vientos; para el tercer libro de la Eneida, aves con cara de doncella, garras encorvadas y vientre inmundo, pálidas de hambre que no pueden saciar. Bajan de las montañas y mancillan las mesas de los festines. Son invulnerables y fétidas; todo lo devoran, chillando, y todo lo transforman en excrementos. Servio, comentador de Virgilio,escribe que así como Hécate es Proserpina en los Infiernos, Diana en la tierra, y Luna en elcielo, y la llaman "diosa triforme", las Arpías son Furias en los infiernos, Arpías en la tierra y Demonios (Dirae) en el cielo. Arpías, en griego, significa "las que raptan", "las que arrebatan".



En esta fórmula, capaz que por un asunto de gestalt, no se puede percibir al mismo tiempo la grata sensación de estar-amando con la de sentirse-amado. Por eso queda la cagá, porque lo que se ve no se ve de dos lados: si se ve el defecto en el otro no se ve la viga en el propio ojo...si se está entregando cosas agradables se jura que el otro las está viendo y hasta valorando.
La sensación, por angustiantes momentos, es que se ha metido la pata, tropezado de nuevo, errado el ojo, o se ha "perdido el control" de los sentimientos. Se vive la escisión corazón/cabeza, qué viejo el chiiiste: nunca fue. Se pusieron hojuelas de oro y despúes, algunos como niños picados, las sacarán violentamente, como entrándose con la pelota, diciéndole al corazón: te vas tú o me voy yo, pero no te acompaño más.



Otros, con más paciencia y menos terror, acomodarán las hojuelitas en los lugares donde sí se vean bien, eternamente, viendo al otro y no re-clamando al otro, viéndolo con el pozo sin fondo del valor de la lealtad, de la lealtad de reconocerse imperfecto frente a un otro que está dispuesto a apostar toda su ternura.

lunes, enero 23

De la Recidiva y la Obliteración

Partamos por una posición frente a dichas fórmulas.

Legitimadas ambas en recursos humanísimos provenientes directamente desde nuestra biología, digamos que son "lo que (más) hay" y definitivamente no son el "my best" al que uno debería aspirar.

En el cáncer, la recidiva es la reaparición de la sintomatología en época de bonanza. En el psicoanálisis, por ese gusto de complicar las cosas, aparece ligada a la compulsión de repetición, finalmente Segismundo Alegría era médico y tenía en lo personal una relación bastante estrecha con el síntoma porque se trataba de un sujeto poco saludable (con todas las consideraciones de contexto que su vida implica). La recidiva sería en este corpus el artero ataque de nuestra porción de ridiculez, inseguridad, inmadurez o guatever que se hace presente cuando andamos paveando.

De la recidiva como repetición todos sabemos porque todos hemos vivido ambas sensaciones que se pueden desprender de acá: la una es "por qué chucha siempre hago está hueá?" y la otra es "puta la hueá yo pensé que esa mierda ya se había terminado". No es grave, no es triste y está lejos de ser determinista porque por más mamonamente esperanzado que pueda sonar EL CAMBIO EXISTE. Sólo que no se da tan rápido ni tan barato, ni "magica" en el momento que uno lo clama, pero tranquila y bellamente se nos instala jugando al imperceptible hasta que lo pillamos cuando algo que antes nos hacía "equis" ahora nos hace "beta", permitiéndonos querernos un poquito más y sonreír húmedamente y sin urgencia.

La obliteración es más pelúa.
Hay de beneficio en la noción biológica del encapsulamiento de una lesión que te estaba atacando por dentro que opera como "la media salvá" con respecto a lo que hasta ese minuto se ha podido esperar.
Pero en la psiquis...cuánto podemos encapsular? o más bien, cuánto podemos neutralizar los efectos de lo lesivo que está en el bunker?
Sin duda existen experiencias que pueden tener este tratamiento sin perjuicio de quien los sella.
Para las otras "humildo" pensar que está la afánisis.
Sí: hay en el miedo a perder la capacidad de pasarlo bien un recurso insoslayable para llevar un inventario minimalista de lo que se "sotaniza" para que no moleste.
Hey, no hay que caer en la trampa de que el psicoanálisis se piense sólo como la anexacta ciencia del inconsciente porque entonces no serviría para puta cosa. Es sobre todo literatura y por ello un crisol de sentidos posibles para experiencias y cosas; si se quiere por último porque el inconsciente se expresa, se observa, irrumpe y guía y es tan de uno y de la cultura que más que temor, nos debiera caer bien como un viejo amigo: a pesar de sus defectos o más bien "a reír" de sus defectos.

No hay mal que con bien no venga. De post-porrazos se cuentan fantásticas bonanzas que no se sabe nunca si serán recidivables. No se va a saber hasta que se sepa, total si nos quedamos quietos para evitar caernos lo más probable es que nos terminemos cayendo con una brisa.

El "do my best" es propiciable en algunos afortunados encuentros que no se dan desde la carencia sino desde la necesidad que es más madura y honesta.

Si uno se convirtiera en un malabarista de mediano nivel entre estas tres cosas, presumo que iríamos sin prisa pero sin pausa hacia el "my best" de cada pasada. A la pelotita de la recidiva la agarramos pal hueveo estando atentos a no meter siempre la misma pata por andar distraídos o encandilados de oropel, valga aclarar que andar atento es andar despierto y con los sentidos abiertos al equilibrio dinámico de la vida, dista profundamente de andar perseguidos. A la pelotita de la obliteración la mantenemos a raya con la sensatez de que no se puede tener el alma llena de cachureos pero tampoco es dable vivir sin bodega. Y a la de la afánisis la podemos manejar a lo pandilla de Scooby Doo que al agarrar al malo le sacaba tres y hasta cuatro veces la máscara, para que no confundamos la tranquilidad con la fomedad, la estabilidad con la rutina, el silencio con la incomodidad, la calma con la flojera o la intensidad con la invasión. Para que no nos amenace lo bueno ni nos engatuse lo malo, confundiendo lo perfectible con lo imperfecto, lo amable con una exigencia, la inteligencia con la imposible ausencia total de pelotudez. Todo para qué? En cristiano: para que cuando alguna Felicidad nos visite la dejemos entrar.